Cuando nos planteamos abordar el software más elemental que tiene un dispositivo digital, rápidamente nos surge la importancia de la palabra. La traducción de unos y ceros en palabras y viceversa, permite que un ordenador, una máquina destinada al cálculo, incorpore la palabra y se haga útil a muchas personas. Los programadores escriben palabras en el código para indicar a las máquinas lo que deben hacer; las personas usuarias leen símbolos inteligibles enla pantalla. En el desarrollo histórico de los primeros ordenadores personales con sus pantallas capaces de mostrar veinte líneas de texto, señala un hito en la incorporación de los procesadores de texto.
La palabra escrita tiene también su propia historia. La forma que esas palabras han ido tomando es lo que conocemos como formato de letra, que seleccionamos sin más en un menú desplegable: Times New Roman, Arial, Courier, Helvética… Se hace necesario un rápido pero imprescindible repaso a esa historia, la de personas que se han dedicado y que dedican su práctica profesional a dibujar y diseñar las letras, la tipografía, atendiendo a los límites impuestos por la tecnología de su época:
A este formato se suman otros. Generalmente los damos por hechos, pero una mirada atenta nos permite identificarlos. Curiosamente, pese a lo sencillo de la tarea, al grupo le resulta difícil enfocar la mirada. A partir de materiales impresos como revistas, periódicos, dípticos, catálogos, proponemos una dinámica de identificación de formatos. La puesta en común del trabajo en pequeños grupos se convierte en una experiencia fundamental para compartir los descubrimientos y reconocer nuestras limitaciones.
Muchas otras aplicaciones tienen integradas hoy las funcionalidades de un procesador de textos. Es mucho lo que podemos profundizar en el ámbito de especialización del diseño y la edición acerca de la forma de la palabra escrita. Pero en este proyecto no tendría sentido sin preocuparnos por el fondo. ¿Qué escribimos? ¿Por qué escribimos? ¿Y para qué?
Las tecnologías no son meras ayudas exteriores, sino también transformaciones interiores de la conciencia, y nunca más que cuando afectan a la palabra.
W.J.Ong
Frecuentemente hoy escribimos directamente sentados frente al teclado y la pantalla. Nuestras manos se mueven sobre las teclas mecanografiando y nuestra mirada se encuadra en la imagen proyectada. La herramienta facilita el proceso mecánico de plasmar las letras, así como la obtención de un resultado que se puede copiar y modificar. El resultado tiene una apariencia de perfección en la forma que facilita su lectura. Al mismo tiempo, esta apariencia invisibiliza los errores cometidos, pierde detalles del proceso de creación de ese texto: borrones, flechas, notas. Está bien tomar conciencia de lo que perdemos cuando sólo queda expuesto el resultado final.
Podemos fácilmente caer en el error de convertir la escritura un mero proceso mecánico, cuando su naturaleza es justo la opuesta: la escritura nos humaniza, es arte. Si bien la lectoescritura es una forma de comunicación, la escritura juega el papel de producir, emitir un mensaje con significado. La escritura que humaniza prioriza el qué antes que el cómo.
Hoy los colegios de élite introducen los ordenadores en el aula en el último momento, no sin antes desarrollar la creatividad y el pensamiento en los alumnos. Sin embargo, en las escuelas públicas se introducen ahora los ordenadores, tablets y pizarras digitales de forma masiva y obligatoria. Ken Robinson afirma que las escuelas están matando la creatividad, que la creatividad es tan importante en la educación como la alfabetización, que los espacios formales para la expresión artística o de cultivo informal de la creatividad están excluidos de los planes educativos; al crecer no adquirimos creatividad sino que vamos perdiéndola. Cuando hemos sido educados de esta manera, toca poner voluntad en comenzar a reeducarnos.
La escritura es la fase última de un proceso de pensamiento, de expresión y de creación: actos en los que el ser humano vierte su mente, su corazón y su propia experiencia vital. Este germen sucede fuera y antes de que la persona se siente ante la máquina. En primer lugar se despierta y se cultiva en la propia vida. Corremos el riesgo de que “la forma”, “el estilo”, o “la apariencia” termine estando por encima del fondo. Corremos el riesgo de que lo “mecánico” termine careciendo de cuerpo, de emoción y de espíritu.
En un contexto que siempre es social, Freire definió la alfabetización con ese sentido de que las personas aprenden a escribir su vida, como autores y testigos de su historia, conscientes de sí mismos y del mundo. He aquí el significado profundo de escribir. En la escritura digital, este planteamiento educativo puede inspirarnos en el poder de la palabra. No debemos dejar que la escritura sea un proceso puramente mecánico, debemos preservar que combine la reflexión y la experiencia vivida.
No parece haber dudas sobre que la escritura en el futuro será fundamentalmente digital. Pero la cuestión va más allá de si el formato debe ser de papel o digital, es necesario avivar la reflexión sobre cómo entendemos la escritura misma.