¿Para qué innovamos?
En principio, la innovación educativa aparece en el marco educativo actual como respuesta al hecho de que se reconoce abiertamente que la educación tiene ciertos problemas. Y lo más problemático de esto, de cara a su posible resolución, es que no hay consenso sobre cuáles son estos problemas, la relación entre ellos y su orden de prioridad. Pongamos dos ejemplos ampliamente conocidos y que además, se complementan:
- buena parte del profesorado muestra preocupación por la falta de atención, interés y motivación por aprender (los contenidos curriculares) por parte del alumnado, y a su vez,
- el alumnado percibe que lo que se le muestra en clase no es relevante para su vida actual ni futura.
¿Qué hacer entonces?
Lo más inmediato: cambiar la metodología dentro del aula, a ser posible con tecnología
Ante esta problemática, surgen innumerables propuestas de innovación educativa que apuntan a cambios metodológicos, es decir, a qué puede hacer una maestra o maestro en su aula y de qué herramientas se puede servir para cambiar esta situación, como por ejemplo el aprendizaje basado en proyectos, problemas o retos, la gamificación, la clase invertida, el uso de tablets en el aula, las aplicaciones de learning analytics, y un largo etcétera.
Algunas de estas iniciativas tienen mayor repercusión dado que vienen avaladas y promocionadas por entidades privadas tales como fundaciones de bancos y empresas del sector tecnológico que invierten grandes sumas de dinero, así como por las administraciones públicas en su intención de mejorar las cosas pero sin invertir lo necesario en educación. Pero al presentarse como metodologías para mejorar la motivación del alumnado y conectar con su realidad fuera del aula, en especial mediante el uso de tecnologías digitales que forman parte del día a día de los jóvenes al salir de la escuela, estas iniciativas frecuentemente aparecen neutrales, es decir, libres de carga ideológica o de valores.
Según lo que acabamos de decir acerca de la procedencia de la financiación de la formación del profesorado, de los equipos, de su divulgación, es difícil creer que sea posible tal neutralidad: dime quién lo paga y te diré qué pretende, podríamos decir. Tanto la instrumentalización de la educación (para formar trabajadores) y como una comprensión puramente instrumental de la tecnología (basta con que sea útil), contribuyen en gran medida a esta equívoca noción de neutralidad. Muy al contrario, las tecnologías digitales se entretejen con la economía y la sociedad.
No quisiera con estos ejemplos ofrecer una visión reduccionista de la innovación educativa, pues existen además otras aproximaciones que aportan métodos que reformulan las relaciones entre las personas y/o que trascienden las paredes del aula: como las prácticas profesionales de profesor-investigador o el amigo crítico para la mejora de la práctica docente, las tutorías entre iguales o los círculos restaurativos para la mejora de la convivencia, y muchas otras, que plantean diversas vías de resolución.
Lo más necesario: un cambio integral
Lo que me gustaría puntualizar es que no son tan conocidas, llamativas o renombradas en cambio aquellas iniciativas integrales a nivel de proyecto de centro educativo, que planteen nítidamente qué es para ellas la educación, que elaboren una estrategia y planificación acorde a ello, y que busquen que sus prácticas metodológicas estén alineadas con su visión. Iniciativas para un cambio educativo de mayor profundidad buscan alinear objetivos, competencias, contenidos, metodología y evaluación, con su cosmovisión de la educación, de qué es el ser humano, la humanidad, y de qué es la sociedad actual.
Tales iniciativas innovadoras de gran calado necesitan al mismo tiempo mayor profundidad de análisis sobre los problemas de la educación, los cuales no pueden ser lógicamente sólo de la educación, sino que en buena medida son comunes a los problemas estructurales de nuestra sociedad: la desigualdad o la instrumentalización económica de las personas, necesarias para el éxito del capitalismo, son algunos ejemplos.
Dado que vivimos dentro de la sociedad y estas prácticas impregnan muchos aspectos de nuestra vida personal y social, son (nuestra) cultura en cierto modo, están normalizadas y generalmente no es sencillo siquiera ver estos importantes matices, cuanto menos comprenderlos y elaborar prácticas educativas que constituyan respuestas apropiadas. En este sentido, notar la falta de motivación del alumnado no es algo que se pueda resolver únicamente de manera directa o inmediata en el aula, sino que es sólo la punta visible del iceberg que contiene todo lo demás.
En la medida en que una iniciativa de innovación educativa está acompañada de una reflexión de fondo sobre los fines de la educación y es capaz de explicitar y comunicar honestamente tanto esta visión y sus prácticas -tejiendo la parte sumergida del iceberg-, es mucho más accesible el diálogo constructivo con otras iniciativas y por una educación mejor.