La semana pasada estuve en casa de una amiga, en la celebración sorpresa de su treinta cumpleaños. Había al menos tantos invitados como años de vida se celebraban. Todos estuvimos sentados en torno a la enorme mesa del jardín, conversando y disfrutando de la merienda. Solo su hijo Alex de cuatro años estaba de pie. Pelota en mano, Alex la lanzaba bien alto, llegando incluso a las cuerdas de tender. A veces se agota porque prueba maneras imposibles de lanzar la pelota. Agachándose mucho y saltando a la vez que hace el lanzamiento. Con una mano impulsando la pelota desde detrás de su cabeza, desde el pecho, con el otro brazo, con las dos manos desde atrás, con las dos manos debajo de la pelota, cogiendo carrerilla, girando a la vez… De mil maneras hacía esto Alex. Y Alex intuye que baloncesto es esencialmente esto, cómo lanzar la pelota para arriba. Tal vez incluyendo algún otro matiz de menor importancia.
Un adulto se acerca a Alex y le pregunta si puede jugar con él. Alex acepta encantado de tener un compañero de juegos. El adulto forma con sus brazos un círculo a la altura del pecho que asemeja una canasta, y le dice a Alex que enceste. Alex acepta, así cambia un poco de dinámica. El adulto piensa que lo importante del juego es que la pelota entre por el aro de brazos. De los lanzamientos que Alex hace hacia arriba, solo alguno logra que la pelota atraviese el aro. El adulto ha jugado por muchos años al baloncesto cuando era más joven, y piensa que esto claramente se debe a la manera en que Alex lanza la pelota. Hay una técnica para esto. Así que enseña a Alex cómo es el gesto de lanzar a canasta en baloncesto y le invita a imitarle. Alex imita al adulto. Prueban y corrigen varias veces. El adulto vuelve a colocar sus brazos en forma de aro e invita a Alex a que lance la pelota. Ahora muchas más veces la pelota entra por el aro. El adulto está contento de cómo Alex ha aprendido lo que él le ha indicado, y felicita al niño efusivamente. ¡Bieeen! ¡Qué listo! ¡Serás un gran jugador de baloncesto! ¡Pero que muy bien! Alex se siente muy reconfortado por las felicitaciones. Esto anima a que otros adultos que también entienden de baloncesto, se unan a la pareja. Todos admiran la capacidad de Alex para lanzar la pelota de manera tan correcta. Y le felicitan. Alex está todavía más reconfortado.
¿Qué pasó con las mil maneras que Alex tenía de lanzar la pelota? Nadie las miró. Tampoco las aplaudió. Solo Alex sabe que en un momento dado también estuvieron ahí en el jardín. Los adultos habían cambiado el objetivo y la técnica del juego para ajustarla a lo que ellos conocían. ¿Seguro que es esa la manera correcta? Además, ¿la única manera? La mamá de Alex y yo somos amigas desde que, siendo adolescentes, jugábamos al baloncesto, entrenábamos y competíamos con otros equipos. Recuerdo que nuestro entrenador de la selección nos hacía gritar juntas «¡Queremos ganar!». Bueno, ahí el objetivo del juego nos quedaba muy clarito. Sin embargo, los jugadores de baloncesto que son realmente geniales son aquellos que mueven su cuerpo de forma diferente, que llevan la pelota de maneras imposibles, que aplican la técnica de formas sorprendentes, creativas, sobrepasando lo que otros jugadores esperan que haga, incluso lo que el público imagina que se puede hacer en una cancha.
Vivimos en un mundo en el que la técnica está muy valorada, especialmente, en pro de objetivos como la eficacia y eficiencia. Aceptamos que hay una forma de hacer las cosas, que es mejor que cualquier otra. Mucho de lo que hemos aprendido va en esta línea, y así lo reproducimos. Es el pensamiento único, que se acepta y repite y justifica. Y cuando alguien pregunta, ¿y por qué así y no de otro modo? Otro se encoge de hombros y dice, siempre ha sido así o se hace así. ¿Cómo liberarnos de esto? Es una buena pregunta. Pero creo que al menos en esta experiencia tenemos una pista: observando y escuchando a Alex. Escuchando a los niños podemos aprender mucho. Leyendo dónde ponen sus objetivos y cómo exploran llegar a ellos. Con la mente abierta a que todo es posible. Aguantando un poquito el impulso de nuestra mente adulta estructurada de una manera. Miedosa de perderse en otros esquemas. De atreverse a soñar.