El telar manual entrelaza el hilo para convertirlo en tejido. El funcionamiento consiste en cruzar los hilos longitudinales, llamados urdimbre, con los verticales, denominados trama, de modo que al pasar la urdimbre por encima y por debajo de la trama resulta el tejido. Se compone de un plegador de urdimbre, una pinta, dos o más lizos, una lanzadera que contiene el hilo de la trama y un plegador que recoge la tela. Estos telares permanecieron activos en el ámbito doméstico hasta el siglo XIX, a pesar de la llegada de la industrialización.
Cómo funciona un telar. Museo etnográfico de Ripoll.
Regresar al origen es vital. Hay tantos relatos que nos hablan del regreso al origen. La parábola del hijo pródigo es un ejemplo. Al comprender de dónde venimos, de dónde viene lo que hoy hacemos, estamos más cerca de la esencia de ese hacer y, por tanto, de su conocimiento.
Y, ¿acaso los ordenadores no son hijos de los telares? Ada Lovelace supo programar aquel ordenador diseñado por Charles Babbage y sugerir un buen número de mejoras. Supo hacerlo porque tenía habilidades para las matemáticas, aprendidas por cierto de su madre… y también porque conocía bien los telares, por las propiedades de la familia y los lugares que frecuentaba. Tejer es el arte y la ciencia que subyacen a la informática.
En su texto Los telares del futuro: las mujeres tejedoras y la cibernética, Sadie Plant formula una estrecha relación entre las mujeres y la informática que se puede resumir en dos direcciones:
- por un lado, la informática emerge de la historia de tejer, un proceso a menudo considerado la quintaesencia del trabajo de la mujer;
- por otro lado, las primeras programadoras han sido mujeres: Ada Lovelace sobre la Máquina Analítica de Charles Babbage, y un siglo después, la capitana Grace Murray Hopper sobre el ordenador ‘Mark 1’ desarrollado por las fuerzas aliadas en la Segunda Guerra Mundial.
En este artículo nos centraremos en algunas ideas clave en torno a la primera de estas direcciones: la relación entre la informática y las tecnologías del tejido, ya que aporta una visión muy poco explorada todavía en la educación en tecnologías. Aprender a manejar y diseñar telares, de mediano tamaño o pequeños y caseros, implica poner en marcha conocimientos, destrezas y actitudes para pensar con las manos, aprender haciendo, Do-It-Yourself (DIY), pensamiento lógico y ordenado, etc., competencias muy valoradas en el ámbito tecnológico.
El telar está en el origen del desarrollo software. Para comprender esta afirmación, hemos de remontarnos al diseño del primer ordenador: la Máquina Analítica que Charles Babbage diseñó en colaboración con Ada Lovelace en la década de 1830. Esta máquina se inspiraba en el funcionamiento del telar de Jacquard, un telar que automatizaba los patrones más complejos en la fabricación de brocados gracias a la utilización de unas tarjetas perforadas. Así la máquina analítica y los primeros ordenadores diseñados un siglo después, usaban este tipo de tarjetas.
Lo que Jacquard había aportado era el automatismo, las tarjetas perforadas. Pero en tantas ocasiones como he oído esta anécdota de la historia, nunca hasta ahora había prestado la suficiente atención al hecho de que lo más fundamental es el mecanismo original del telar. Como veremos más adelante, los telares son una tecnología de mujeres. Quizás precisamente por eso no prestamos atención a esa parte de la tecnología y de su historia.
La máquina analítica teje patrones algebraicos, tal y como el telar de Jacquard teje flores y hojas.
Ada Lovelace
Según Sadie Plant, esta afirmación de Ada Lovelace no pretendía ser una metáfora, sino una descripción de las funciones propias que la máquina analítica debía desarrollar.
Un telar de Jacquard podía albergar 24 mil tarjetas perforadas y tejer alrededor de mil hilos de seda por pulgada: Babbage pronto entendió que un detalle tan increíble implicaba una gran capacidad para almacenar y procesar información rápidamente. El telar de Jacquard había conseguido además trasladar buena parte del control de la persona a la máquina, y bastaba una sola persona para operarlo. Hubo gran resistencia a este nuevo modelo por parte de los trabajadores en las fábricas que veían en ello “cómo una parte de sus cuerpos se transfería literalmente a la máquina”. Curiosamente, lord Byron, padre de Ada Lovelace, tomó posición en favor de los trabajadores británicos de la industria textil en este momento clave de la historia moderna.
Así que la máquina analítica era una actualización del trabajo abstracto del telar; y como tal, Ada preveía que podía llegar a trabajar con los procesos abstractos de cualquier máquina. Efectivamente, a día de hoy es evidente que además de los ordenadores, tablets o móviles que utilizamos como informática de uso genérico, la automatización está también muy presente en todas los niveles de la industria y servicios, y la inteligencia artificial es la forma más avanzada de desarrollo software.
Sadie Plant apunta que tal vez no sea coincidencia que Net, la diosa egipcia del tejido es además el espíritu de la sabiduría y la inteligencia, que al fin y al cabo también consiste en cruzar urdimbre y trama. En las sociedades anteriores a la mecanización industrial y la automatización, tejer era algo íntimamente conectado con la identidad de las mujeres: ¿Dónde están las mujeres? Tejiendo, girando, enredando hilos junto al fuego. ¿Quiénes son las mujeres? Las que tejen.
El objetivo de Plant con esta visión es recuperar este eslabón perdido femenino de la historia de la tecnología. Sin embargo, como demuestra en su pseudomanifiesto, «Feminisations: Reflections on Women and Virtual Reality«, Plant no desea positivar un espacio negativo generado por el patriarcado, sino revelar un espacio dentro de la tecnología que siempre perteneció a la mujer. Desde luego esta estrategia nos abre la mirada para cuestionar cosas de la informática que dábamos por sentadas.
En realidad Plant va más allá: el núcleo de la feminidad, la matriz – the matrix, es una metáfora esencial en su obra y esta metáfora se materializa en la historia con la industria textil de los telares eléctricos, en la predominancia de mujeres telefonistas, en la imagen de la mujer como programadora informática (Ada Lovelace, Grace Murray Hopper) y en la estructura de red que tiene el ciberespacio (hoy diríamos Internet).
Lamentablemente estos textos originales solo están disponibles en inglés. Aquí se puede descargar «The furure looms: Weaving women and cibernetics» de Sadie Plant y también puedes leer «A report on Cyberfeminism (1999)» de Alex Galloway, y que plantea algunas de estas ideas sobre las tesis de Plant. Es curioso cómo nos hemos remontado a la literatura de los años 90 en torno al ciberfeminismo para encontrar ideas tan rompedoras como este reconocimiento de los telares y del arte del tejido y que, sin embargo, se han pasado por alto hasta ahora.