La primera vez que escuché hablar de los #Filolabs me pareció interesante. La primera vez que asistí a uno, quedé impactada. Me sorprendió ver cómo discurrían mis hilos de pensamiento, enredándose y extendiéndose, dificultándome enormemente expresarlos con palabras de manera sencilla. Se trataba de un ejercicio de pensamiento crítico realizado en grupo, con base en la mayéutica, el arte de preguntar. Según Platón, era este el método de conocimiento por excelencia donde el aprendiz realiza las preguntas adecuadas al maestro, cuya respuesta genera en el aprendiz nuevas preguntas y ambos avanzan así en el camino del saber.
El laboratorio tuvo por título «¿Quién decide lo que es bueno?«, que ya es una pregunta no tan fácil de contestar. Comenzamos aportando cada uno aquellas ideas que nos parecían buenas. A continuación se nos preguntó ¿por qué? Lo cual tratamos de responder con una argumentación breve y precisa por escrito. Primera gran dificultad. A ello, los compañeros que tenían alguna objeción a la afirmación de que aquello era bueno y a la justificación que habíamos aportado, argumentaban. A continuación, pasamos a la problematización, es decir, a plantearnos ¿seguro que esta idea es mía? ¿cómo esta opinión se ha formado en mí? Descubriendo entonces el entorno, las vías por las que me he informado de ese tema, etc. Y finalmente identificando quién más, a parte de yo misma, está detrás de mi opinión.
Tal vez era este una temática profunda para empezar, pero me llevó a preguntarme sobre mi conciencia y su libertad. Sobre qué hago aquí y ahora, y cómo pienso en la tecnología desde mi profesión.